jueves, 17 de mayo de 2012

La Ilusión de la Conectividad

La ilusión de la conectividad


En "El reino de la cantidad", René guenón dice que el materialismo ya ha cumplido su rol de solidificación del mundo, cerrándolo a las influencias de la voluntad del Cielo. Y que ahora es tiempo de  que las fuerzas más inferiores, propiamente diabólicas, lleven a cabo una acción disolvente que nos lleve a la disolución final. No debemos tildarlo de profecía ni nada semejante, pero recordemos que Guenón escribió esas líneas mucho antes de que apareciera siquiera la computadora personal. Charles Upton supo retomar esta advertencia y en su libro "El sistema del anticristo" nos describe magistralmente a Internet como una potencia infrareal que abre las puertas a toda clase de influencias djinnicas, por eso quizá sea bueno remarcar lo que damos en llamar la "ilusión de la conectividad".

Hoy día Internet, las redes sociales, el Wi-Fi y los teléfonos celulares nos dan la ilusión de estar cada vez más conectados, cuando en realidad, nunca estuvimos tan enajenados. Cuando el teléfono fijo se masificó, la gente se felicitó por estar más comunicada, pero no más conectada; ahora que se masificó el chat, ¿Cómo podemos estarlo si nó solo no estamos en presencia del otro, sino que ni siquiera escuchamos su voz?

El vivir nuestro contacto con los demás a través de estas redes infrareales, no constituye solamente la apertura a influencias psíquicas perniciosas, sino que en sí mismo tienden a la atomización de la persona en distintos "perfiles", gajos de sí mismo distribuidos en distintos momentos para distintas personas. A diferencia del tener distintas "máscaras" o "filtros" según el ambiente social en que nos encontremos, estos "perfiles" realmente son entidades separadas y podemos ser uno en una red y otro en otra, y no ya dos aspectos de la misma persona.

Otro claro signo de la cualidad disolvente de la red, es el enajenamiento que se ve en la población que utiliza el transporte público: cada cual en su "mundo privado", ajeno a lo que pasa a su alrededor, pero atento a lo que pasa en ese mundo virtual que llamamos Internet.

Debemos hacer notar por último, que Internet responde a un caracter netamente democrático e igualitario, donde todos tienen el mismo poder de acción y de acceso (limitándose solamente por la habilidad y el interés de cada uno en "dar forma" a este "caós digital"), lo cual corresponde bien a las tendencias subversivas y disolventes que lo utilizan como puerta de entrada. Pero debemos preguntarnos, ¿No ha servido Internet, acaso, como medio de difusión y quizás principal plataforma de contacto para aquellos que aspiran a formar una Elite Intelectual y salvar lo que pueda ser salvado antes de la disolución final? "Quizás" es la respuesta más apropiada, pues si bien ha servido de plataforma propagadora de las ideas tradicionales, nunca se había visto tanta división y personalismo en el campo del pensamiento tradicional, así como a diversas falsificaciones de la Tradición, bien por "falsos instructores" bien por "chatrias desviados".

Bendiciones en Cristo y María,
Senko

viernes, 4 de mayo de 2012


Tradición y tradicionalismo

René Guenón

Capítulo XXXI de “El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos”


Hablando propiamente, la falsificación de todas las cosas, que es, como lo hemos dicho, uno de los rasgos característicos de nuestra época, no es todavía la subversión, pero contribuye bastante directamente a prepararla; lo que lo muestra quizás mejor, es lo que se puede llamar la falsificación del lenguaje, es decir, el empleo abusivo de algunas palabras desviadas de su verdadero sentido, empleo que, en cierto modo, es impuesto por una sugestión constante por parte de todos aquellos que, a un título o a otro, ejercen una influencia cualquiera sobre la mentalidad pública. En eso ya no se trata solo de esa degeneración a la que hemos hecho alusión más atrás, y por la que muchas palabras han llegado ha perder el sentido cualitativo que tenían en el origen, para no guardar ya más que un sentido completamente cuantitativo; se trata más bien de un «vuelco» por el que algunas palabras son aplicadas a cosas a las que no convienen de ninguna manera, y que a veces son incluso opuestas a lo que significan normalmente. Ante todo, en eso hay un síntoma evidente de la confusión intelectual que reina por todas partes en el mundo actual; pero es menester no olvidar que esta confusión misma es querida por lo que se oculta detrás de toda la desviación moderna; esta reflexión se impone concretamente cuando se ven surgir, desde diversos lados a la vez, tentativas de utilización ilegítima de la idea misma de «tradición» por gentes que querrían asimilar indebidamente lo que ésta implica a sus propias concepciones en un dominio cualquiera. Bien entendido, no se trata de sospechar de la buena fe de los unos o de los otros, ya que, en muchos casos, puede muy bien que no haya otra cosa que incomprehensión pura y simple; la ignorancia de la mayoría de nuestros contemporáneos al respecto de todo lo que posee un carácter realmente tradicional es tan completa que ni siquiera hay lugar a sorprenderse de ello; pero, al mismo tiempo, uno está forzado a reconocer también que esos errores de interpretación y esas equivocaciones involuntarias sirven demasiado bien a ciertos «planes» para que no esté permitido preguntarse si su difusión creciente no será debida a alguna de esas «sugestiones» que dominan la mentalidad moderna y que, precisamente, tienden siempre en el fondo a la destrucción de todo lo que es tradición en el verdadero sentido de esta palabra.

La mentalidad moderna misma, en todo lo que la caracteriza específicamente como tal, no es en suma, lo repetimos todavía una vez más (ya que son cosas sobre las que nunca se podría insistir demasiado), más que el producto de una vasta sugestión colectiva, que, al ejercerse continuamente en el curso de varios siglos, ha determinado la formación y el desarrollo progresivo del espíritu antitradicional, en el que se resume en definitiva todo el conjunto de los rasgos distintivos de esta mentalidad.

Pero, por poderosa y por hábil que sea esta sugestión, puede llegar no obstante un momento donde el estado de desorden y de desequilibrio que resulta de ella devenga tan manifiesto que algunos ya no puedan dejar de apercibirse de él, y entonces existe el riesgo de que produzca una «reacción» que comprometa ese resultado mismo; parece efectivamente que hoy día las cosas estén justamente en ese punto, y es destacable que este momento coincide precisamente, por una suerte de «lógica inmanente», con aquel donde se termina la fase pura y simplemente negativa de la desviación moderna, representada por la dominación completa e incontestada de la mentalidad materialista. Es aquí donde interviene eficazmente, para desviar esta «reacción» de la meta hacia la que tiende, la falsificación de la idea tradicional, hecha posible por la ignorancia de la que hemos hablado hace un momento, y que no es, ella misma, más que uno de los efectos de la fase negativa: la idea misma de la tradición ha sido destruida hasta tal punto que aquellos que aspiran a recuperarla no saben ya de qué lado inclinarse, y no están sino enormemente dispuestos a aceptar todas las falsas ideas que se les presentan en su lugar y bajo su nombre. Esos se han dado cuenta, al menos hasta un cierto punto, de que habían sido engañados por las sugestiones abiertamente antitradicionales, y de que las creencias que se les habían impuesto así no representaban más que error y decepción; ciertamente, se trata de algo en el sentido de la «reacción» que acabamos de decir, pero, a pesar de todo, si las cosas se quedan en eso, ningún resultado efectivo puede seguirse de ello. Uno se apercibe bien de ello al leer los escritos, cada vez menos raros, donde se encuentran las críticas más justas con respecto a la «civilización» actual, pero donde, como ya lo decíamos precedentemente, los medios considerados para remediar los males así denunciados tienen un carácter extrañamente desproporcionado e insignificante, infantil incluso en cierto modo: proyectos «escolares» o «académicos», se podría decir, pero nada más, y, sobre todo, nada que dé testimonio del menor conocimiento de orden profundo. Es en esta etapa donde el esfuerzo, por loable y por meritorio que sea, puede dejarse desviar fácil mente hacia actividades que, a su manera y a pesar de algunas apariencias, no harán más que contribuir finalmente a acrecentar todavía el desorden y la confusión de esta «civilización» cuyo enderezamiento se considera que deben operar.

Aquellos de los que acabamos de hablar son los que se pueden calificar propiamente de «tradicionalistas», es decir, aquellos que tienen solo una suerte de tendencia o de aspiración hacia la tradición, sin ningún conocimiento real de ésta; se puede medir por eso toda la distancia que separa el espíritu «tradicionalista» del verdadero espíritu tradicional, que implica al contrario esencialmente un tal conocimiento, y que no forma en cierto modo más que uno con este conocimiento mismo. En suma, el «tradicionalista» no es y no puede ser mas que un simple «buscador», y es por eso por lo que está siempre en peligro de extraviarse, puesto que no está en posesión de los principios que son los únicos que le darían una dirección infalible; y ese peligro será naturalmente tanto mayor cuanto que encontrará en su camino, como otras tantas emboscadas, todas esas falsas ideas suscitadas por el poder de ilusión que tiene un interés capital en impedirle llegar al verdadero término de su búsqueda. Es evidente, en efecto, que ese poder no puede mantenerse y continuar ejerciendo su acción sino a condición de que toda restauración de la idea tradicional sea hecha imposible, y eso más que nunca en el momento donde se apresta a ir más lejos en el sentido de la subversión, lo que constituye, como lo hemos explicado, la segunda fase de esta acción. Así pues, es tanto más importante para él desviar las investigaciones que tienden hacia el conocimiento tradicional cuanto que, por otra parte, estas investigaciones, al recaer sobre los orígenes y las causas reales de la desviación moderna, serían susceptibles de desvelar algo de su propia naturaleza y de sus medios de influencia; hay en eso, para él, dos necesidades en cierto modo complementarias la una de la otra, y que, en el fondo, se podrían considerar incluso como los dos aspectos positivo y negativo de una misma exigencia fundamental de su dominación.

A un grado o a otro, todos los empleos abusivos de la palabra «tradición» pueden servir a este fin, comenzando por el más vulgar de todos, el que la hace sinónimo de «costumbre» o de «uso», provocando con eso una confusión de la tradición con las cosas más bajamente humanas y más completamente desprovistas de todo sentido profundo. Pero hay otras deformaciones más sutiles, y por eso mismo más peligrosas; por lo demás, todas tienen como carácter común hacer descender la idea de tradición a un nivel puramente humano, mientras que, antes al contrario, no hay y no puede haber nada verdaderamente tradicional que no implique un elemento de orden suprahumano. Ese es en efecto el punto esencial, el que constituye en cierto modo la definición misma de la tradición y de todo lo que se vincula a ella; y eso es también, bien entendido, lo que es menester impedir reconocer a toda costa para mantener la mentalidad moderna en sus ilusiones, y con mayor razón para darle todavía otras nuevas, que, muy lejos de concordar con una restauración de lo suprahumano, deberán dirigir, al contrario, más efectivamente esta mentalidad hacia las peores modalidades de lo infrahumano. Por lo demás, para convencerse de la importancia que es dada a la negación de lo suprahumano por los agentes conscientes e inconscientes de la desviación moderna, no hay más que ver de qué modo todos los que pretenden hacerse los «historiadores» de las religiones y de las otras formas de la tradición (que confunden generalmente bajo el mismo nombre de «religiones») se obstinan en explicarlas ante todo por factores exclusivamente humanos; poco importa que, según las escuelas, esos factores sean psicológicos, sociales u otros, e incluso la multiplicidad de las explicaciones así presentadas permite seducir más fácilmente a un mayor número; lo que es constante, es la voluntad bien decidida de reducirlo todo a lo humano y de no dejar subsistir nada que lo rebase; y aquellos que creen en el valor de esta «crítica» destructiva están desde entonces completamente dispuestos a confundir la tradición con no importa qué, puesto que ya no hay en efecto, en la idea de ella que se les ha inculcado, nada que pueda distinguirla realmente de lo que está desprovisto de todo carácter tradicional. Desde que todo lo que es de orden puramente humano, por esta razón misma, no podría ser calificado legítimamente de tradicional, no puede haber, por ejemplo, «tradición filosófica», ni «tradición científica» en el sentido moderno y profano de esta palabra; y, bien entendido, no puede haber tampoco «tradición política», al menos allí donde falta toda organización social tradicional, lo que es el caso del mundo occidental actual. No obstante, esas son algunas de las expresiones que se emplean corrientemente hoy, y que constituyen otras tantas desnaturalizaciones de la idea de la tradición; no hay que decir que, si los espíritus «tradicionalistas» de que hablábamos precedentemente pueden ser llevados a dejarse desviar de su actividad hacia uno u otro de estos dominios y a limitar a ellos todos sus esfuerzos, sus aspiraciones se encontraran así «neutralizadas» y hechas perfectamente inofensivas, ello, si es que no son utilizadas a veces, sin su conocimiento, en un sentido completamente opuesto a sus intenciones. Ocurre en efecto que se llega hasta aplicar el nombre de «tradición» a cosas que por su naturaleza misma, son tan claramente antitradicionales como es posible: es así como se habla de «tradición humanista», o también, de «tradición nacional», cuando el «humanismo» no es otra cosa que la negación misma de lo suprahumano, y cuando la constitución de las «nacionalidades» ha sido el medio empleado para destruir la organización social tradicional de la Edad Media. ¡No habría que sorprenderse, en estas condiciones, si se llegara algún día a hablar también de «tradición protestante», e incluso de «tradición laica» o de «tradición revolucionaria», o, también, que los materialistas mismos acabaran por proclamarse los defensores de una «tradición», aunque no fuera más que en calidad de algo que pertenece ya en gran parte al pasado! Al grado de confusión mental al que han llegado la gran mayoría de nuestros contemporáneos, las asociaciones de palabras más manifiestamente contradictorias ya no tienen nada que pueda hacerles retroceder, y ni siquiera darles simplemente que reflexionar.

Esto nos conduce directamente también a otra precisión importante: cuando algunos, habiéndose apercibido del desorden moderno al constatar el grado demasiado visible en el que está actualmente (sobre todo después de que el punto correspondiente al máximo de «solidificación» ha sido rebasado), quieren «reaccionar» de una manera o de otra, ¿no es el mejor medio de hacer ineficaz esta necesidad de reacción orientarles hacia alguna de las etapas anteriores y menos «avanzadas» de la misma desviación, donde este desorden no había devenido todavía tan manifiesto y se presentaba, si se puede decir, bajo exteriores más aceptables para quien no ha sido completamente cegado por ciertas sugestiones? Todo «tradicionalista» de intención debe afirmarse normalmente «antimoderno», pero puede no estar por ello menos afectado, sin sospecharlo, por las ideas modernas bajo alguna forma más o menos atenuada, y por eso mismo más difícilmente discernible, pero que, no obstante, corresponden siempre de hecho a una u otra de las etapas que estas ideas han recorrido en el curso de su desarrollo; ninguna concesión, ni siquiera involuntaria o inconsciente, es posible aquí, ya que, desde su punto de partida a su conclusión actual, e incluso todavía más allá de ésta, todo se encadena inexorablemente. A este propósito, agregaremos también esto: el trabajo que tiene como meta impedir toda «reacción» que apunte más lejos de un retorno a un desorden menor, disimulando el carácter de éste y haciéndole pasar por el «orden», se junta muy exactamente con el que se lleva a cabo, por otra parte, para hacer penetrar el espíritu moderno en el interior mismo de lo que todavía puede subsistir, en Occidente, de las organizaciones tradicionales de todo orden; el mismo efecto de «neutralización» de las fuerzas cuya oposición se podría temer se obtiene igualmente en los dos casos. Ni siquiera es ya suficiente hablar de «neutralización», ya que, de la lucha que debe tener lugar inevitablemente entre elementos que se encuentran así reducidos, por así decir, al mismo nivel y sobre el mismo terreno, y cuya hostilidad recíproca ya no representa por eso mismo, en el fondo, más que la que puede existir entre producciones diversas y aparentemente contrarias de la misma desviación moderna, no podrá salir finalmente más que un nuevo acrecentamiento del desorden y de la confusión, y eso no será todavía más que un paso más hacia la disolución final.

Desde el punto de vista tradicional o incluso simplemente «tradicionalista», entre todas las cosas más o menos incoherentes que se agitan y entrechocan al presente, entre todos los «movimientos» exteriores de cualquier género que sean, no hay pues que «tomar partido» de ninguna manera, según la expresión empleada comúnmente, ya que sería ser engañado, y, puesto que detrás de todo eso se ejercen en realidad las mismas influencias, mezclarse a las luchas queridas y dirigidas invisiblemente por ellas sería propiamente hacerles el juego; así pues, el solo hecho de «tomar partido» en estas condiciones constituiría ya en definitiva, por inconscientemente que fuera, una actitud verdaderamente antitradicional. No queremos hacer aquí ninguna aplicación particular, pero debemos constatar al menos, de una manera completamente general, que, en todo eso, los principios faltan igualmente por todas partes, aunque, ciertamente, no se haya hablado nunca tanto de «principios» como se habla hoy día desde todos los lados, aplicando casi indistintamente esta designación a todo lo que menos la merece, y a veces incluso a lo que implica al contrario la negación de todo verdadero principio; y este otro abuso de una palabra es también muy significativo en cuanto a las tendencias reales de esta falsificación del lenguaje de la que la desviación de la palabra «tradición» nos ha proporcionado un ejemplo típico, ejemplo sobre el que debíamos insistir más particularmente porque es el que está ligado más directamente al tema de nuestro estudio, en tanto que la tradición debe dar una visión de conjunto de las últimas fases del «descenso» cíclico. En efecto, no podemos detenernos en el punto que representa propiamente el apogeo del «reino de la cantidad», ya que lo que le sigue se vincula muy estrechamente a lo que le precede como para poder ser separado de ello de otro modo que de una manera completamente artificial; no hacemos «abstracciones», lo que no es en suma más que otra forma de la «simplificación» tan querida por la mentalidad moderna, sino que queremos considerar al contrario, tanto como sea posible, la realidad tal cual es, sin recortar de ella nada esencial para la comprehensión de las condiciones de la época actual.

sábado, 28 de abril de 2012

EL SIMBOLISMO DEL BELEN


EL SIMBOLISMO DEL BELEN


Abbe Hénri Stéphane


El misterio de la Natividad comporta un doble aspecto: el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). Quizás es difícil representar estos dos puntos de vista a la vez, y algunas figuraciones se referirán más bien a un aspecto que al otro. Pero en los dos aspectos, el Niño Jesús debe ocupar una situación central; debe ser lo más pequeño posible para figurar «el Reino de los Cielos semejante a un grano de mostaza» (Mat, XIII, 3l-32). La Virgen debe ocupar igualmente una situación central, pero en un plano de fondo; ella no debe ocupar en ningún caso una posición simétrica a la de San José, que no es el verdadero padre del Niño Jesús; contrariamente a la mayoría de las figuraciones vulgares, ella no debe tener una actitud de plegaria o de adoración semejante a la de los otros personajes. Debe estar en la función de Virgo genitrix, lo que supone que está situada, como ya lo hemos dicho, detrás de Cristo, pero en la misma situación «axial», lo que significa que es a la vez «Madre de Dios» y «Esposa del Espíritu Santo». Su actitud debe ser jerárquica, perfectamente impasible, lo cual simboliza su virginidad, su inmaculada concepción, su perfecta sumisión o «pasividad» con respecto al Espíritu Santo.

Todo lo que precede se aplica igualmente al punto de vista «microcósmico», es decir, al nacimiento del Verbo en el alma. La Virgen representa entonces al alma en estado de gracia. Desde un punto de vista pasivo, el alma debe identificarse a la Virgen realizando las perfecciones mariales, para que el Verbo pueda encarnarse como en el seno virginal de María, esposa del Espíritu Santo; desde un punto de vista activo, el alma se identifica a la Virgen Madre. El primer aspecto se refiere a la Comunión del alma recibiendo al Cristo, el segundo a la Invocación del Nombre de Jesús: el alma profiere el Verbo como la Virgen da a luz a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, generador supremo. Es aquí donde interviene San José, así como el asno y el buey. San José simboliza la presencia invisible del Maestro espiritual en la invocación, siendo éste el Espíritu Santo; el buey representa al «guardián del santuario», es decir, el espíritu de sumisión, de fidelidad, de perseverancia y el esfuerzo de concentración; el asno, animal «profano», es el testigo «satánico» en la invocación, representando el espíritu de insumisión y de disipación.

Pero esto es también susceptible de una aplicación en el orden «macrocósmico», en el que el buey y el asno representan respectivamente el mundo celestial y el mundo infernal. Puede uno entonces preguntarse por qué este último es admitido en el nacimiento del Verbo, tanto en el mundo como en el alma; la explicación se encuentra claramente indicada en la Epístola a los Filipenses (II,10) donde San Pablo declara: «... a fin de que en el Nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra, en los infiernos...», texto que se refiere tanto al nacimiento de Cristo en el mundo como a la invocación del Nombre de Jesús.

Por todos estos motivos, San José debe figurar al lado de la Virgen, pero no en el eje indicado precedentemente, y, puesto que es el símbolo del Maestro Invisible, debe estar en una actitud puramente pasiva de manera que no obstaculice la acción del Espíritu. El buey y el asno deben colocarse a la derecha y a la izquierda (lado siniestro) del Niño Jesús.

Nos queda hablar de los Reyes magos y de los pastores. Los Tres Reyes magos representan el poder sacerdotal y real. El primer rey representa el poder real; él ofrece a Cristo oro y le saluda como «Rey»; el segundo rey representa el poder sacerdotal; le ofrece incienso y saluda a Cristo como «Sacerdote»; por último, el tercero representa la síntesis de los dos poderes en el estado indiferenciado; le ofrece mirra (el bálsamo de incorruptibilidad) y saluda a Cristo como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia.

La función de los Reyes magos tiene por tanto un carácter aristocrático que los distingue de la «plebe», representada por los pastores. Se deben colocar frente al Niño Jesús, mientras que los pastores pueden ser dispuestos en semicírculo alrededor de los Reyes magos. 
 Finalmente, el nacimiento del Verbo o el «renacimiento espiritual» del alma debe realizarse durante la «noche»; es por eso que tiene lugar en la «gruta» a medianoche y en el solsticio de invierno, fecha de la Navidad. La gruta no es de ningún modo una pobre chabola con un techo de paja. Su simbolismo se refiere al de la Caverna o al del Domo (situado, en nuestras iglesias, encima del santuario donde se cumple el misterio eucarístico). La Caverna debe tener una forma hemisférica (propiamente un cuarto de esfera); el interior debe ser sombrío, iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina, pudiéndose colocar ésta encima de la Caverna. Por último, el pesebre donde reposa el Niño Jesús puede tener una forma hemisférica, complementaria a la de la Caverna, simbolizando las dos mitades del «Huevo del Mundo».*



(*) Sobre los diversos símbolos evocados aquí, ver los capítulos de R. Guénon recogidos en Simbolos fundamentales de la Ciencia Sagrada, en particular: capítulo XXX, El Corazón de la Caverna; capítulo XXXII, El Corazón y el Huevo del Mundo; capítulo XXXIII, La Caverna y el Huevo del Mundo; capítulo. XXXIX, El Simbolismo del domo.

Fuente:
http://www.terra.es/personal/javierou/contemplatio.htm

martes, 9 de agosto de 2011

Three Methods, Three Results

Part of my daily spiritual practice consist in contacting the powers that rule each day. Alog my path I've used three different methods with different, but complimentary, results as well which I'd like to mention.

My first method was to use the Names (Divine, Archangelic, Angelic and Planetary) asocciated with each day vibrating them in descending order. The results were quick and rather noticeable, of a psychic type, because my character would align to the planetary powers, but since I invoked them in descending order it was a rather equilibrated way, exalting the virtues and appeasing the vices.

The second method was to call the Planetary Archangels using the Heptameron invocations. Results were subtler and more external. I could synchronize with planetary cycles, noticing how they'd effect events as hours went by, and which forces were in play WHEN they happened.

The Third method, and maybe the one I'd recommend is using the Divine Name as a Mantra. This method makes you rise to the Name instead of making it descend to you, having as a result subtler but lasting effects. It could be said it's a kind of initiatory experience, in a way. It's like going somewhere really slow, while you look at maps and photos of the place and adopt it's customs.

This last method has a very interesting alchemical value, because it slowly polishes us, fifteen minutes a day, everyday. It really is like the alchemical fire, that burns slow but constant, and lets us rectify to find the hidden stone.

Blessings in Christ,

Senko

Tres Métodos, Tres Resultados

parte de mi práctica espiritual diaria consiste en ponerme en contacto con las potencias que rigen dicho día en cuestión. A lo largo del camino he utilizado tres métodos distintos con resultados también distintos, pero si se quiere complementarios, que me gustaría detallar.

El primer método fue utilizar los Nombres (Divino, Arcangélico, Angélico y Planetario) asociado con cada día, y vibrarlos en orden descendente. Los resultados fueron bastante notables y rápidos, de tipo psíquico, ya que notaba como mi caracter se alineaba con las potencias planetarias, pero al invocar los Nombres desde los alto, era de una manera equilibrada, resaltando virtudes y apagando los defectos.

El segundo método fue invocar a los árcángeles planetarios utilizando las invocaciones del Heptámeron. Aquí los resultados fueron más difusos, pero de caracter interno también. Me poní más en contacto con los ciclos planetarios, notando como fluian los eventos con el pasar de las horas, y como el momento en que ocurrian estaba dominado por tal o cual fuerza planetaria.

El tercero, y quizá más recomendable es utilizar el Nombre Divino como Mantra. Con este método en vez de hacer descender las fuerzas a uno, uno se eleva a ellas; dando por resultado cambios e intelecciones más sutiles pero más permanentes. Podría decirse que es una experiencia de algún modo iniciática. Es también, como ir acercandose poco a poco a un lugar, y mientras tanto memorizar el mapa, estudiar fotografías, adoptar las costumbres, etc.

Este último método tiene un valor alquímico muy interesante, ya que nos permite pulirnos lentamente, quince minutos al día, todos los días. Es verdaderamente como el mechero de los alquimistas "suave pero constante" que nos permite rectificar y hallar la piedra escondida.

Bendiciones en Cristo,

Senko

lunes, 11 de julio de 2011

Sobre La Humildad

Hablando hoy con uno de los sacerdotes de la parroquia a la que pertenezco, le comentaba como poco a poco, por medio del trabajo espiritual estaba corrigiendo mis defectos de temperamento. Le decía como cada vez caía menos en ellos pero como ellos me generaban cada vez más culpa. Bonita ecuación, menos defectos igual más culpa. Pero lo verdaderamente sorprendente no es eso, sino su respuesta: "Jodete".

Jodete, y bien dicho. Es que realmente estoy mal en reposar mi desarrollo espiritual en mí y no aceptar con humildad, que cómo dice el refrán "el hombre propone pero Dios dispone". Hay que esperar los tiempos de Jesús. Realmente es importante el trabajo espiritual, pero no nos corresponde a nosotros sino a Dios, determinar cuando van a dar sus frutos. En cierta medida es cómo dicen las Escrituras: "Ustedes sembrarán para que otros cosechen". Y ese otro es Dios. De nosotros depende hacer el trabajo, de Él que de resultados.

Se trata de una lección de humildad y de aprender a lidiar con el orgullo. Es un buen primer paso aceptar que uno peca de orgullo y tratar de cambiarlo, pero es un mejor paso aún reconocer que uno no puede solo; que necesita de Cristo para superar el orgullo y aprender la humildad; y que las virtudes no se aprenden de la noche a la mañana. Es un proceso largo, probablemente doloroso y el florecimiento de nuestra humildad está en Dios, y es verdadera humildad saber aceptarlo, no forzarlo, no sólo de palabra sino concientemente, y ponerlo en práctica.

jueves, 12 de mayo de 2011

About Silly Things & Chinese Medicine

One of the most annoying attitudes of those persons who have adopted that "reverse spirituality" (of which René Guenón speaks about) that becomes stronger everyday, can be found in the enthusiast of alternative therapies or medicines. There's nothing specificaly wrong with this alternative therapies, in fact many of them are wholy traditional, even though some are not. What's most annoying of these people's attitude is that most of the time they adopt these therapies because they are fashionable or are seen as some exotic extravaganza. Because these people have an aberrant taste for everything exotic, rooted in mere aesthetics and not in a true reflection of why traditional medicine is superior to allophatic medicine.

Modern medicine has many flaws, in it's theory and it's practice. Apart from being purely materialistic, having no regard for man's higher vehicles (causing doctors to try and heal only syptoms and not causes), the very practices are invasive and the pills we take unnatural shit, even though because we are used to it, we're tame and accustomed, we may not notice.

Having said that, I must call to your attention the fact that many traditional therapies should be called traditional and allophatic medicine called alternative, simply because things like herbalism, medical astrology and chinese med have been around for thousands of years, while modern western medicine has been here only since the "enlightment". Having that said too, let's come back to the alt med enthusiasts.

These people, they embrace without a doubt things like acupuncture, traditional chinese med, reiki, etc (which is ok) but at the same time they discard the Western Traditional Medicine (Herbalism, Medical Astrology, Laying on Hands, etc) as bullshit, when in fact, these systems are rooted in the very same concepts that the systems the blindy embrace. They're all overcome superstition or both are valid, but what they do shows their mental state and the ignorance they have about their own tradition (And how they do this because they are fashionable).

Also, most of these therapies belong the Far East, and they were devised for a constitution (gross and subtle) which is not our own, so, many times they can prove inneffective or even harmful.

P.S.: This article is a rough translation of the one I wrote in Spanish, if you notice any mistakes or inconsistencies please let me know. Also I'd like to read your opinion my dear reader!

Blessings in Christ and Mary,
Senko